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sábado, 15 de setembro de 2012

Auguste Rodin baja a los infiernos


Los mecenas son gente muy suya, pero necesaria. Indispensable, si lo que se pretende es que los creadores de obras de arte puedan seguir ejercitándose en sus estudios sin ser molestados por las moscas cojoneras del prosaico y mundanal ruido. Cuidado: no es que el mundo del arte esté precisamente ante unos señores cuya vocación y acción se deslicen por los caminos del puro altruismo. No. El mecenas siempre pide algo a cambio de su generosidad, que a veces es sincera y otras hipócrita. Por ejemplo, reconocimiento social. Por ejemplo, favor político. Por ejemplo, el acceso meteórico a ciertas esferas del arco social en teoría vedadas al común de los mortales, un poco como si fueran el Juliane Sorel parido por Stendhal en su Rojo y negro: el acceso a un mundo que, en teoría, no nos toca.

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