Se asemeja a una pequeña reserva frente a las prisas occidentales. Ataviadas con los vestidos saharauis, tres mujeres elaboran con paciencia el té dentro de una jaima azul, en la sede del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM) de Valencia.
Están sentadas sobre una alfombra; suena de fondo la música árabe. Entre las vituallas, platos con dátiles, cacahuetes y frutos secos.
En algún momento entra en la tienda de campaña el balón de unos niños saharauis, que juegan en el exterior. El sábado 26 de febrero es un día gris: amenaza lluvia en la ciudad. Y dentro de la jaima, algunos de los reunidos se separan a un lado –ordenadamente- para orar.
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