Cuando en el escenario latinoamericano comienzan a sucederse fuerzas y candidatos de ultraderecha y algunos de ellos hasta llegan a ser gobierno, es hora de que el progresismo haga su mea culpa y reconozca qué lejos ha estado de hacer de las mayorías pobres y desposeídas sujetos de sus políticas (y no meros objeto de ellas), encarrilando las ideas de democracias participativas, dignidad e inclusión social, soberanía e integración regional.
Una cosa es el acceso a un gobierno y otra la toma del poder. Para la primera basta con ganar unas elecciones. Para la otra, se necesitan ideas, programas, definiciones claras, enamorar al pueblo. Hoy se confunden progresismo y socialdemocracia, democracia con actos electorales.
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