Los Ángeles, la megalópoli de la Costa Oeste de los EE UU que aloja el territorio de los sueños de celuloide de Hollywood y gusta de presentarse como la alternativa librepensadora a los cánones rancios que rigen las zonas atlánticas del país, celebra estos días con alborozo su condición de sede permanente del legado de un artista a quien los ultraconservadores no dejaron en paz durante las injustas culture wars (guerras culturales) de los años ochenta.
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