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domingo, 25 de janeiro de 2015

Trece, eran trece, los Malditos Bastardos





No eran tan malos (no iban degollando nazis, ni tatuando esvásticas sobre la frente de sus víctimas, ni cortando rubicundas cabelleras arias) como en la película de Quentin Tarantino, pero sí fueron los más duros, los tipos con las agallas mejor puestas y más grandes de aquella guerra terrible, de aquella carnicería de seis años que fue la Segunda Guerra Mundial. Sí, eran los más duros, los más inmundos (ésa es la traducción de su mote, filthy) y los más cochambrosos (otra de las acepciones del mote), porque sólo se lavaban una vez a la semana (y no siempre), normalmente el sábado cuando dejaban el campo de entrenamiento en Campo Toccoa, Georgia, y se iban a la caza de unas faldas, unos labios pintados y unos buenos tragos de cerveza.

Lo ha contado el cine (bueno, Tarantino se inventó todo lo que quiso, y poner a Brad Pitt como uno de los tipos más duros del planeta tiene su aquel) y lo cuenta ahora, la verdadera historia, señoras y señores, «Los trece malditos bastardos» (Ed. Plataforma Historia) el soldado, «por tradición, en mi familia que se remonta hasta la Guerra Civil», dice) e historiador Richard Killblane, quien ha recogido el testimonio de Jake McNiece, el tipo que creó la unidad destinada a la gloria y/o el infierno, esos trece bastardos.

McNiece, que murió hace poco más de un año, a los 94, fue bautizado en Maysville, pueblecito de la Oklahoma más profunda, como James Elbert Jake McNiece, era hijo de una familia de aparceros bien acomodados cuyos dineros se vinieron abajo con la Gran Depresión del 29. Por ello, como sus hermanos (era el segundo de diez) no pudo ir a la Universidad y aunque en principio la guerra no le interesaba mucho, tras el ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre del 41, menos de un año después, el 1 de septiembre de 1942, se alistó en el Ejército, en el 506º Regimiento de Infantería de la 101ª División Aerotransportada. No pensaba ser un héroe, solo huía de la Policía. Pronto sus jefes se dieron cuenta de que era un tipo muy especial. De fuerte complexión (era un fantástico jugador de fútbol americano), de fortísimo carácter e ingobernable, se le encomendó formar una unidad muy especial, que dejaría a los comandos en soldaditos de plomo, una unidad que se hizo legendaria y a la que muchos acudían en busca de emociones fuertes. Los hombres querían estar en su grupo porque aseguraban que con él, a pesar de los riesgos, había más posibilidades de vivir. Se ganó un puñado de condecoraciones, pero abandonó el ejército y trabajó durante veintiocho años como cartero.





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