Hoy, China y Rusia comparten, además, una agenda estratégica de importancia vital para la actualización del sistema internacional. Desde los BRICS a la OCS –que Rusia preside en este 2015- pasando por nuevos impulsos a la agenda de seguridad a través de una renovada CICA (Conferencia sobre Interacción y Medidas de Confianza en Asia), las responsabilidades asumidas por ambos gobiernos parecen distanciarles cada vez más de las políticas occidentales.
En los grandes asuntos de la agenda internacional, los puntos de vista de ambas capitales son similares, ya hablemos de Irán, Libia, Afganistán o incluso Ucrania. En su agenda particular, la revitalización del diálogo hexagonal sobre Corea del Norte constituye un objetivo al que sumarán esfuerzos en los meses venideros. La recuperación de la influencia rusa en Vietnam, un país clave en los diferendos del Mar de China meridional, señala marcos complementarios de posible encuentro.
Esa coincidencia en los grandes temas tiene aun, no obstante, la debilidad de su sustento material. Las dificultades de la economía rusa, de una parte, y la ralentización del crecimiento en China afectan a su intercambio comercial. De hecho, en los dos primeros meses de este año, el comercio bilateral descendió más de un 30 por ciento, complicando la consecución de los objetivos cifrados por ambas partes.
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