El alcance de la violencia contra la población indígena en Estados Unidos es verdaderamente abrumador. En realidad, lo justo sería decir que el genocidio indígena nunca tuvo un final y continúa en nuestros días. Es la violencia de las tierras robadas, de los niños robados, de los desahucios, de la policía, de los prestamistas, de las licorerías y las casas de empeño, del fracking y la minería en territorio indígena. Y con todo esto, a pesar de esta arremetida furibunda y bárbara, los indígenas insisten en su rebeldía.
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