Antonio Gramsci, hablando de estrategia política hace casi cien años, sugirió algo muy lógico: “Cuando la fuerza A lucha contra la fuerza B puede suceder que no gane ni la una ni la otra sino que una tercera fuerza, C, intervenga desde fuera imponiéndose a A y a B”. Eso es lo que, más o menos, empezó a ocurrir hace cuatro años en Brasil: la espiral de confrontación entre la élite política del país sudamericano llegó a tales extremos (impeachment, encarcelamientos, etc.) que de pronto irrumpió Jair Bolsonaro, a quién nadie en el mainstream esperaba y se hizo con la elección presidencial: 46% del voto en la primera vuelta y 55% en la segunda.
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