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segunda-feira, 4 de maio de 2015

Un tumor que amenaza a Europa

Un año después de la caída del presidente Yanukóvich, y del triunfo del golpe de estado en Kiev, Ucrania continúa inmersa en una guerra civil, que Poroshenko prometió que ganaría en un mes. Es difícil encontrar un escenario donde la irresponsabilidad occidental sea tan grande como en Ucrania. En un año, los responsables de la diplomacia europea y norteamericana han pasado de estimular las protestas y financiar grupos de matones y de provocadores, mientras repartían galletas en el Maidán, como hizo Victoria Nuland, secretaria adjunta del Departamento de Estado norteamericano, a contemplar impávidos una guerra civil que ya ha causado miles de muertos en el este del país, y que puede derivar en una guerra europea de mayor envergadura si no se consolida la vía diplomática establecida en los acuerdos de Minsk.
Sin embargo, la ausencia de Estados Unidos de las negociaciones y su persistente tentación de atizar los enfrentamientos por el procedimiento de armar al gobierno de Kiev y asesorar a sus tropas para la propagación de una guerra que podría implicar a la OTAN, han abierto una peligrosa herida en Europa. Obama, el Pentágono y el Departamento de Estado, debaten sobre el grado de su implicación en la guerra, porque, en la práctica, ya participan por actores interpuestos, y han enviado asesores, espías y mercenarios. Victoria Nuland, por lo demás, no ha tenido el menor reparo en reunirse con Andriy Parubiy, el dirigente neonazi que organizó el Maidán de Kiev con la complicidad de la CIA norteamericana y la AW polaca, y que después pasó a dirigir el Consejo de Seguridad Nacional del gobierno surgido del golpe de Estado. Habituados a la manipulación y la propaganda, Washington y el cuartel general de la OTAN en Bruselas, ayudados por un ejército de periodistas sin escrúpulos, han levantado un gigantesco edificio de mentiras que recuerda otras guerras, como las de Yugoslavia e Iraq, sabiendo que la memoria de la opinión pública es débil y que unas mentiras tapan a otras. Porque el incendio de Ucrania tiene una lógica que adquiere sentido cuando se repara en las guerras iniciadas por Estados Unidos en los últimos años en Yugoslavia, Afganistán, Iraq, Siria, Libia, Yemen.
Bajo Yanukóvich, la rampante corrupción era moneda corriente, y ahogaba al país, pero todos los pasos dados hasta hoy, de la mano del complaciente, con Washington, gobierno de Poroshenko y Yatseniuk, han ido en la dirección del desastre. La Ucrania dirigida por Poroshenko es hoy un grotesco país donde mandan los capitalistas de la nueva oligarquía creada a partir del robo, como ayer, pero también los matones y asesinos, los comandantes de grupos armados de extrema derecha, que no dudan en deshacerse de cualquiera, los ladrones de los recursos del país y gente que parece no estar en sus cabales. No es una exageración: sólo hay que ver los personajes que se pasean por el parlamento y los ministerios, armados, acompañados de matones fascistas que no dudan en sacar granadas de mano de sus bolsillos. Aunque divididos en facciones, comparten la solidaridad de ser los beneficiarios del golpe de Estado y los protegidos por Estados Unidos. Yakseniuk (cómplice y socio de uno de los principales capitalistas ucranios, Igor Kolomoisky, organizador de batallones fascistas) es uno de los hombres de Washington en Kiev; Poroshenko duda entre el acercamiento a Berlín y la sumisión a Estados Unidos, y, como Turchínov y el resto de gobernantes, ambos chapotean en la corrupción y en la incompetencia, que ha hundido la economía del país, mientras lanzan gritos de ayuda a Washington y Berlín y procuran convencer al mundo de que Rusia es un peligro. Es revelador que todos ellos se acojan a una retórica patriótica que se remonta a Stepan Bandera, y oculta Babi Yar y Volin, y que se desentiende de los símbolos y la lucha contra el nazismo durante la II Guerra Mundial. Tampoco dudan en utilizar las más groseras mentiras, entregando, por ejemplo, a Washington fotografías tomadas en la guerra de Georgia en 2008… como pruebas de la invasión rusa en Ucrania, dejando en un desairado papel al senador norteamericano Jim Inhofe.

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