Obviamente, en una guerra las víctimas humanas centran toda nuestra atención. Los paisajes devastados, quedan en segundo plano, así como todo el el efecto en ecosistemas y otros seres vivos. En el caso de Ucrania, no es que la guerra haya empezado ahora, sino que ya llevaba unos años. Pero sin haber salido todavía de la pandemia, la invasión y bombardeos por parte de Rusia han sido un jarro de agua fría. Con dos años perdidos en materia climática por inacción, con las políticas aparcadas, como las demás para plásticos y residuos y con todo lo que hay por hacer, esas explosiones, destrucción y fuego eran lo último que podíamos esperar para el Planeta. Nos quedamos con caras de tonto con nuestros pequeños pero obligados gestos ante el impacto inmesurable de la devastación de Ucrania.
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