El pasado febrero, unos días antes de la invasión rusa, el presidente Joseph Biden instó a los estadounidenses a que abandonasen Ucrania en cuarenta y ocho horas.
Desde entonces, Estados Unidos ha regresado a ese país, pero de otra manera. Sin arriesgar la vida de un solo soldado, aprovecha la sucesión de catástrofes provocadas por el presidente Vladímir Putin para encadenar avances estratégicos: una Rusia por mucho tiempo debilitada; una China incómoda por los reveses de su vecino; una Alianza Atlántica fortalecida por la próxima adhesión de Suecia y Finlandia; una ingente cantidad de contratos para los exportadores estadounidenses de cereales, armas o gas; y medios de comunicación occidentales que reproducen toda la propaganda del Pentágono. ¿Por qué iban a desear los estrategas estadounidenses el fin de una guerra tan providencial?
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