Mientras un rabino israelí prohibía la visita al árbol de Navidad por 
ser “una afrenta a la identidad judía”, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobaba una resolución exigiendo a Israel el fin de los 
asentamientos en Cisjordania y Jerusalén, y la destrucción de las 
viviendas palestinas. EEUU, por vez primera, dejó de vetar una condena a
 Israel y se abstuvo. La iniciativa fue presentada por Egipto, aunque 
había sido gestada por la Casa Blanca, como refleja la prensa hebrea del
 mes pasado.
Si con ello, Barak Obama pretendía en la recta final de 
su presidencia colocarse en el lado correcto de la historia, y también 
salvar a Israel de sí mismo, fracasó en ambos objetivos. Esta resolución
 que se niega a tomar medidas para forzar a Israel a cumplirla, no hace 
ninguna referencia al cruel bloqueo a Gaza, ni trata el derecho de 
retorno de los refugiados, se convertirá en otro papel mojado.
Al 
principio de su mandato, Barak Obama mostró algo de simpatía hacia la 
causa palestina: eligió a Egipto, no a Israel, como el destino de su 
primer viaje al extranjero, donde reconoció “la intolerable situación 
del pueblo palestino”. También intentó desligar la agenda política de 
EEUU para Oriente Próximo a los planes de Tel Aviv, pero ante los gritos
 de Netanyahu de “Aquí mando yo”, al final se rindió, convirtiéndose en 
el presidente de EEUU que más apoyo diplomático, económico y militar ha 
prestado al régimen israelí: vetó dos resoluciones en 2011 y 2013 que 
condenaban los asentamientos ilegales de Israel y se negó a reconocer el
 Estado palestino. Luego, sin rubor, respaldó la brutal agresión de 
Israel a Gaza en 2014 y firmó un paquete de ayuda militar a este país 
por el valor de 40.000 millones de dólares (sacados del bolsillo de los 
norteamericanos), mientras presionaba a los palestinos que debían 
“portarse bien” tragando bombas, como condición previa de iniciar el 
proceso de paz. La cuestión palestina es otro de los grandes fracasos de
 Obama en su política exterior.
















