“Cuando una mujer tiene 20 años es como África: la mitad sin explorar.
Cuando tiene 30 es como la India: caliente, divina. Cuando tiene 40 es
como America: Técnicamente perfecta. Cuando tiene 50 es como Europa: Una
ruina. Y cuando tiene 60 es como Siberia, o sea, todo el mundo sabe
donde está, pero nadie quiere ir allí.”
En esta broma misógina pensaba el otro día mientras veía un grupo de
hombres en la calle silbar a una chica que hacia “running” (como lo
llama la revista Telva).
El mismo grupo, al encontrarse conmigo un poco más tarde en la misma acera, no se quiso apartar y tuve que ser yo la que bajara el escalón para poder seguir caminando. Hace años yo era esa chica y era como África. Era una mujer atractiva al uso heteropatriarcal: Morena, tirando a alta, y delgada. Y ahora, a los 47 estoy entre América y Europa, “técnicamente” perfecta (un aburrimiento, me imagino) y una ruina físicamente. Una persona, en fin, a la que ningún varón heterosexual consideraría sexy ni interesante. Una mujer en el umbral de ser la abuelita del anuncio de la lotería de navidad de este año, o sea, casi Siberia.
Por suerte para mí, soy también feminista y es el feminismo el que me ha ayudado a entender lo que me esta ocurriendo. Mi invisibilidad deriva de este hecho: en el patriarcado, el valor principal de las mujeres es el de nuestro atractivo sexual para el típico varón heterosexual. Una vez que este atractivo desaparece, cosa que ocurre con la edad (el proceso empieza cuando nos acercamos a la treintena, que el hetero-patriarcado tiene un punto semi-pedófilo) nuestro valor como miembras de la sociedad se va al garete. Nos convertimos en invisibles. Mientras ellos son galanes maduros como George Clooney, nosotras somos unas viejas.
En el plano laboral, en una edad en la que a los hombres se les asciende a directores, a nosotras con méritos iguales o superiores nos condenan a trabajos peor pagados y mas precarios (si es que nos dan trabajo). Si tenemos un empleo, vemos que en la oficina no nos escuchan en las reuniones, e ignoran nuestras ideas. Nuestras opiniones no cuentan, y es que somos invisibles. Lo mismo ocurre en la mayoría de los espacios públicos. Es como si no existiéramos o si existimos, nos resienten. No en vano la imagen de la típica bruja es una anciana.
El mismo grupo, al encontrarse conmigo un poco más tarde en la misma acera, no se quiso apartar y tuve que ser yo la que bajara el escalón para poder seguir caminando. Hace años yo era esa chica y era como África. Era una mujer atractiva al uso heteropatriarcal: Morena, tirando a alta, y delgada. Y ahora, a los 47 estoy entre América y Europa, “técnicamente” perfecta (un aburrimiento, me imagino) y una ruina físicamente. Una persona, en fin, a la que ningún varón heterosexual consideraría sexy ni interesante. Una mujer en el umbral de ser la abuelita del anuncio de la lotería de navidad de este año, o sea, casi Siberia.
Por suerte para mí, soy también feminista y es el feminismo el que me ha ayudado a entender lo que me esta ocurriendo. Mi invisibilidad deriva de este hecho: en el patriarcado, el valor principal de las mujeres es el de nuestro atractivo sexual para el típico varón heterosexual. Una vez que este atractivo desaparece, cosa que ocurre con la edad (el proceso empieza cuando nos acercamos a la treintena, que el hetero-patriarcado tiene un punto semi-pedófilo) nuestro valor como miembras de la sociedad se va al garete. Nos convertimos en invisibles. Mientras ellos son galanes maduros como George Clooney, nosotras somos unas viejas.
En el plano laboral, en una edad en la que a los hombres se les asciende a directores, a nosotras con méritos iguales o superiores nos condenan a trabajos peor pagados y mas precarios (si es que nos dan trabajo). Si tenemos un empleo, vemos que en la oficina no nos escuchan en las reuniones, e ignoran nuestras ideas. Nuestras opiniones no cuentan, y es que somos invisibles. Lo mismo ocurre en la mayoría de los espacios públicos. Es como si no existiéramos o si existimos, nos resienten. No en vano la imagen de la típica bruja es una anciana.
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