El año 2004 supuso un momento histórico para el feminismo español. 
Por fin, después de casi una década demandando una Ley Integral para 
combatir la violencia machista en el entorno de la pareja o expareja, el
 Parlamento español aprobó por unanimidad la norma. Esos años 
significaron, en palabras de Ana de Miguel (2007), “la consolidación de 
un nuevo marco interpretativo en torno a la violencia de género”. Sin 
embargo, la mayoría de las mujeres no sabían que el esfuerzo del 
movimiento político feminista por sacar adelante una ley tan 
transcendental iba a implicar que otras víctimas de violencia de género,
 las supervivientes de violencia sexual, quedaran despojadas de la 
posibilidad de que la justicia y la reparación llegara también a sus 
vidas. Ni la agenda político feminista, ni mucho menos el deliberado 
silencio del Estado español, incluiría entre sus acciones la lucha 
contra las violencias sexuales.  
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