El fascismo está ahí, no se crea ni se destruye, se transforma. Ahora se
 habla indistintamente de fascismo a secas, neofascismo y ultraderecha. 
El mundo ha cambiado tanto que formalmente es difícil un fascismo como 
el de los años 30 del siglo pasado, pero los discursos tienen muchos 
rasgos comunes y las diferencias pueden estar en factores como el grado 
en el uso de la violencia o la agresividad nacionalista. También hay un 
neofascismo que Antonio Méndez llama “fascismo de baja intensidad” 
(FBI), aunque esta versión renovada la centra más en el mercado, en lo 
económico y en lo mediático, que en el Estado. Ya Pasolini, en sus Escritos Corsarios,
 decía “que la “civilización del consumo” es una civilización 
dictatorial. En suma, si la palabra fascismo significa la prepotencia 
del poder, la «sociedad del consumo» ha realizado muy bien el fascismo”.
 Podríamos decir que el FBI está a medio camino entre el neoliberalismo 
autoritario y el fascismo clásico, y se inclinará hacia un extremo u 
otro en función de las circunstancias.
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