El 20 de diciembre de 2001 tuvo lugar, en Argentina, una jornada de
lucha que superó los planes conspirativos del aparato político
institucional, materializado en el PJ, y abrió una nueva etapa política y
económica que todavía sigue latente.
1. Carlos “Petete”
Almirón (24) era uno de esos pibes que sienten culpa por dormir con
frazada en invierno y comer dos veces al día. Tal vez por eso estaba tan
flaco. El 19 se despidió de su mamá, Marta, que le dice que se cuide
como tantas otras veces en los últimos años de su militancia social. El
20 por la tarde, en Bernardo de Irigoyen y Av. de Mayo, un policía de la
Fuerza 2 del Cuerpo de Operaciones Federales, al mando del subcomisario
Weber, descargó su arma no reglamentaria en el pecho de Petete. Fue el
mismo grupo que asesinó a Gastón Riva (30) y Diego Lamagna (26), muertos
ese día. Tiempo después, durante el gobierno de Kirchner, Weber fue
ascendido a comisario. El cuerpo de Petete, aún con vida, fue arrastrado
por la gente hasta Hipólito Yrigoyen, donde pasaban las ambulancias,
que lo trasladaron hasta el Hospital Argerich. A eso de las 19, en medio
de los festejos, un compañero de Petete que no podía festejar, se
comunicó con la madre para decirle que su hijo estaba muy herido. Petete
siguió luchando, pasó la primera operación pero no la segunda.
Extrañamente, la pueblada del 20 de diciembre nos dejó un sabor a
victoria y a la vez un sabor a derrota. Los responsables de los 38
muertos siguen libres, y a la sociedad no parece importarle demasiado.
Marta dice: “Que se vayan todos, y están todos menos los que murieron”.
Pero algo más dejó Petete en su batalla, algo más portaban sus piedras,
la semilla de un germen que, creemos, crece en las cañerías de un pueblo
tan ardiente como complejo.
2. Los hormigueros
empezaron a explotar el 12 de diciembre. El pueblo que atravesaba una de
las peores crisis económicas, decidió no quedarse en su casa mirando el
plato vacío, como le habían querido enseñar con años de terrorismo de
Estado, sino salir a las calles en malón aunque sea para asaltar el
monopolio comercial de los hipermercados. De todas formas, allí donde
los desocupados estaban mejor organizados, fue donde se registró la
menor cantidad de saqueos a comercios. En ese clima social, nació la
revuelta popular que cambió la historia de este país. Duró 24 horas, del
19 al 20, y concluyó con la renuncia del gobierno aliancista. Según
testimonios y cálculos estimativos, se podría decir que el 19 al
atardecer, tras el anuncio desafortunado de Estado de Sitio por parte
del presidente Fernando De la Rúa , unas 200 mil personas se movilizaron
como torrente desde los barrios para congregarse en torno a la Casa
Rosada y el Congreso Nacional, estableciendo un corredor permanente
entre uno y otro. Pero la movilización fue mucho más grande, en cada
barrio de la Capital , en la Quinta de Olivos y casas de funcionarios,
los porteños encendieron fogatas e hicieron sonar las cacerolas.
Juliana, estudiante universitaria, cuenta: “ La Quinta de Olivos era
como un capítulo de los Simpson, toda la gente del pueblo estaba en
situación de lucha... el de las alfombras caceroleando, mi profe de
guitarra tirando piedras al portón, mi vieja gritándoles ¡Nazis! a los
polis que nos tiraban a los perros encima...” En total, unas 800 mil
personas se habrían movilizado y protestado con fuerza el 19.
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