La petrolera Shell era consciente de las consecuencias de sus actividades mucho antes de que se mencionaran las palabras «cambio climático» por primera vez. Ya en la década de los 70 sabía que el camino a seguir no era el de los combustibles fósiles. Incluso antes, a principios de los 60, conocía los riesgos de la acumulación de dióxido de carbono en la atmósfera procedente de la quema de combustibles fósiles. Pero, aun así, lo omitió todo.
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