El 13 de noviembre constituye un cambio en la situación política 
nacional e internacional. El Estado Islámico (EI, Daesh) ha golpeado de 
nuevo y, también, con más fuerza. En enero, el objetivo fueron los 
periodistas de Charlie Hebdo, la policía y los judíos. Esta vez, 
quien estaba en el punto de mira era la juventud. No han matado a no 
importa quién y no importa donde: han cargado contra la gente joven, 
contra la juventud, sin distinción alguna, ni de sus orígenes, ni de 
religión (o de ausencia de religión), ni de sus opiniones políticas. Al 
menos 130 muertos y más de 350 personas heridas; según testigos directos
 de la matanza, como mínimo un millar. Muchos de nosotros tenemos 
víctimas conocidas y, si no, amigos que las tienen. La onda de choque, 
la emoción, es profunda.
Solidaridad con las víctimas
El
 objetivo que perseguían los comandos del EI no constituye un misterio: 
destrozar la sociedad mediante el terror. Crear una situación en la que 
se imponga la guerra de unos contra otros; en la que el miedo levante 
barreras infranqueables entre los ciudadanos y ciudadanas en función de 
sus orígenes, su religión, su modo de vida, su identidad; cavar un foso 
de sangre en el seno de la religión musulmana, forzando a los creyentes a
 elegir un campo: quien no está con nosotros hasta lo inhumano, está 
contra nosotros y se convierte en un objetivo "legítimo".
Los 
atentados de Paris se encuentran entre los más sangrientos perpetrados 
en el mundo por el EI y otros movimientos similares que responden a la 
misma lógica destructora. Nuestra solidaridad es internacional y se 
dirige en particular hacia quienes lo combaten en otros países poniendo 
sus vidas en riesgo: en Siria y en Irak, en Líbano y en Bamako, en 
Pakistán y en Turquía… Ante todo, tenemos que proclamar nuestra 
compasión, nuestra identificación, nuestra fraternidad con las víctimas y
 con la gente cercana a ellas.
Evidentemente, en esos momentos 
continuamos impulsando la lucha de clases, apoyando la lucha de toda la 
gente oprimida; pero más allá de eso, defendemos la humanidad frente a 
la barbarie. Para nosotros, la dimensión humanista del compromiso 
revolucionario sigue siendo una brújula. Cualquier política progresista 
comienza con la indignación, la emoción. Y si bien no se reduce a ello, 
ésta constituye su punto de partida. No opongamos la reflexión a la 
aflicción. Abandonemos los estereotipos; dejemos de escribir sin 
sentimientos. Aquí y ahora ayudemos a las víctimas y a la gente próxima a
 ellas, compartamos su dolor, participemos en los minutos de silencio, 
en las manifestaciones de solidaridad. Formamos parte de ese movimiento y
 es a partir de él que podremos explicar nuestras razones.
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