La inhabilitación de Evo Morales para candidato a
senador y la condena de ocho años y proscripción política de por vida a
Rafael Correa, ambas el 7 de septiembre, confirman que los
neoliberales juegan a la democracia sólo hasta que comienzan a perder
elecciones.
Me refiero, claro, a la democracia formal, toda vez que el
neoliberalismo es la antítesis de la democracia sustantiva,
participativa, generadora de poder popular, como la que se practica en
Cuba y Venezuela. Monumentales ejemplos de esa incompatibilidad son la
imposición, en supuestos países democráticos –entre ellos, por cierto,
el Chile de la Concertación, heredera entusiasta de la política
económica de Pinochet y también el México de la transición
democrática–, de los tratados de libre comercio (TLC) con Estados
Unidos, evidentemente contrarios a los intereses populares y dirigidos a
profundizar la sujeción de nuestros pueblos al imperio. A partir de
los TLC y las privatizaciones se afianzó como nunca la tiranía del
mercado sobre millones, a quienes la mafia mediática ocultó las
empobrecedoras consecuencias de esas políticas para sus vidas, cuya
aplicación nunca les fue consultada.
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