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quinta-feira, 8 de dezembro de 2016

Estados Unidos, el país más peligroso de la Tierra

Durante décadas, Washington tuvo la costumbre de utilizar la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) para sabotear a gobiernos del pueblo, ejercidos por el pueblo y para el pueblo que no eran de su gusto y reemplazarlos con gobiernos sumisos [elija el tipo de su preferencia: junta militar, shah, autócrata, dictador...] en todo el planeta. Hubo el tristemente célebre golpe de Estado organizado por la CIA y los ingleses que en 1953 derribó al gobierno democrático iraní de Mohammad Mosadegh y en su lugar colocó en el poder al Shah (y a su policía secreta, la SAVAK). En 1954, hubo el golpe de Estado de la CIA contra el gobierno de Jacobo Arbenz que instaló a la dictadura militar de Carlos Castillo Armas; también en 1954, hubo la acción de la CIA para hacer que Ngo Dinh Diem se hiciera con el mando en Vietnam del Sur; en 1961, hubo la conspiración –CIA-belgas– para asesinar al primer ministro Patrice Lumumba –el primero de ese país–, que se concretó finalmente en la dictadura militar de Mobutu Sese Seko; en 1964, hubo el golpe de Estado realizado por los militares y respaldado por la CIA que derribó al presidente –elegido democráticamente– João Goulart y entregó el poder a una junta militar; y, por supuesto, en septiembre de 1973 (el primer 11-S), hubo el golpe de Estado militar, respaldado por Estados Unidos, que derrocó y asesinó al presidente de Chile, Salvador Allende. Bueno, el lector ya está haciéndose una idea...
De este modo, en su calidad de guía de lo que entonces se llamaba “el Mundo Libre”, Washington ha trabajado sin cesar y a su antojo. A pesar de que esas operaciones eran llevadas a cabo en forma encubierta, cuando llegaban a conocerse, los estadounidenses, orgullosos de sus tradiciones democráticas, generalmente han permanecido imperturbables en relación con lo que en su nombre la CIA había hecho a las democracias (y a otros tipos de gobierno) más allá de sus fronteras. Si Washington otorgaba repetidamente el poder a regímenes de un tipo que los estadounidenses hubiéramos considerado inaceptables para nosotros mismos, en el contexto de la Guerra Fría, no se trataba de algo que nos quitara el sueño.
Esas acciones han permanecido como mínimo encubiertas; esto sin duda muestra que no se trataba de algo que pueda pregonarse con orgullo a la luz del día. Sin embargo, en los primeros años de este siglo surgió otro modo de pensar. En la estela de los ataques del 11-S, la expresión “cambio de régimen” adquirió categoría de normalidad. Como un curso de acción posible, ya no había nada que debiera ocultarse. En lugar de ello, la cuestión fue discutida abiertamente y llevada adelante a la luz plena de la atención mediática.

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