El mes pasado el presidente Abdel Fatah al Sisi dejó meridianamente
claro a los dirigentes europeos –tan orgullosos de la democracia y de la
universalidad de los derechos humanos– que su régimen rechaza tales
valores. Sus acciones así lo confirman: Egipto ha llevado a cabo
ejecuciones tras un proceso judicial “manifiestamente injusto” y ha presentado un proyecto de ley de enmienda de la Constitución para afianzar el poder de Sisi.
Aún así, los principales dirigentes de la UE aceptaron de buen grado la
hospitalidad de Sisi en Sharm el Sheij durante la Cumbre de la Liga de
Estados Árabes-UE a finales de febrero, reincidiendo en la pura
hipocresía del discurso europeo sobre la promoción de la democracia y
los derechos humanos.
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