Aunque el Pentágono se encuentra junto al río Potomac y cerca de las frondosas arboledas del National Mall
de Washington, desde sus ventanas de Arlington los generales
estadounidenses sólo parecen atisbar la guerra, tal vez influidos por el
contiguo cementerio nacional, lleno de miles de tumbas de muchas
contiendas, desde Corea a Vietnam, de Afganistán a Iraq. En ese condado
virginiano, con el indispensable apoyo del gobierno Trump, los militares
preparan desde hace tiempo la voladura de los acuerdos de desarme
atómico que se pudieron hilvanar tras años de negociación y esfuerzo,
aplicados ahora en aventar por el mundo el estigma chino y la sospecha
moscovita, mientras perfilan la nueva generación del arsenal nuclear que
quieren libre de las enojosas trabas de los tratados internacionales.
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