El cientificismo, la creencia en que la ciencia es la única fuente
válida de conocimiento y que puede responder todas las preguntas
legítimas, es lo que genera pseudociencia y el negacionismo científico.
Si se aborda la ciencia como si no solo nos informara, sino que también
dictara cómo debemos vivir nuestra vida y cómo debemos gestionar la
sociedad, entonces es más fácil difundir la negación infundada de
afirmaciones científicas que desafiar la afirmación ilegítima de la
autoridad sobre decisiones tomadas en nombre de la ciencia.
Cuando los gobiernos afirman, como durante la pandemia de la
COVID-19, estar acordando una “política basada en la evidencia”,
trazando una línea directa de la ciencia a los cambios políticos y
sociales internos más perturbadores y molestos que se recuerden, no es
de extrañar que el descontento público cargue contra la misma ciencia.
De hecho, la misma cosmovisión que hace que afirmar “estar siguiendo la ciencia” sea una necesidad política, ha hecho también que atacar a la ciencia sea el único modo concebible de disidencia.
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