Para muchos, la situación comenzó con la cancelación de una cita con el médico, renunciar a comprar ropa para sus hijos o a visitar a sus familiares por el coste del transporte. Todo, solo para pagar las facturas más urgentes. Rápidamente se vieron obligados a recortar gastos en alimentación, a reducir su calidad, cantidad, hasta llegar a saltarse una que otra comida. Y aunque trabajen y reciban un salario, hoy se encuentran haciendo cola en los bancos de alimentos para dar de comer a sus hijos.
En todo el planeta, las familias están perdiendo la batalla de la inflación. Una vez que se agotan sus mecanismos de resiliencia y no pueden cortar ningún gasto más, lo que queda son sentimientos de angustia y falta de control. Ya no tienen voz en las decisiones que afectan sus vidas, se ven obligados a depender de otros, lo que supone una pérdida de dignidad. De hecho, una violación de sus derechos humanos.
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