La vuelta de siglo ha comenzado haciendo estallar la crisis epocal del capitalismo.
Una crisis de alcances mucho mayores que la Larga Depresión del siglo
XIX y la Gran Depresión del siglo XX. La crisis de sobrefinanciamiento,
que empezó en el segundo quinquenio del nuevo siglo, pusó al descubierto
el inicio de una crisis de sobreproducción de impactos globales. Sin
embargo, esta crisis es irreductible a una crisis cíclica de
sobreacumulación. Constituye una crisis epocal porque desde la convergencia de diversas crisis, pero ante todo desde la crisis ambiental mundializada, conforma en sí misma una era.
Sus orígenes pueden rastrearse varias décadas atrás y tiende a
prolongarse todo el resto del siglo. La crisis mundial alimentaria
comenzó en 2007-2008. La pobreza que no era mundial, se tornó pobreza
global a partir de 1990. Una década después de que el Banco Mundial la
empezara a medir para diseñar programas de combate contra los pobres, la
ONU la reconoció al hablar del “desafío de los slums”. La crisis
ambiental mundializada comienza más atrás. Con el informe del Club de
Roma puede periodizarse su comienzo en 1972. El “cambio climático” está
regido por un trend que apunta a desestabilizar amenazadoramente
el proceso de reproducción de la sociedad global todo el siglo XXI,
incluso más allá.
El proyecto de capitalismo de Donald Trump debe
ser evaluado ante la crisis epocal y sus tendencias. En ese marco,
consigue identificarse mejor su significado histórico para EU y el
mundo.
En la vuelta de siglo, dos tendencias formalmente
contrarias han jaloneado entre sí por definir el sentido del complejo
tiempo de transición en que se encuentra inserto el capitalismo mundial.
Una tendencia ha propugnado por conformar lo que puede
reconocerse como un genuino liberalismo del siglo XXI. Ha adquirido
diferentes formas de expresión convocando a enfrentar el hambre mundial,
la pobreza global, la crisis ambiental, la transición energética y los
derechos humanos con base en intervenciones del sistema de Estados que
retrocedan ante la devastación social y natural generada en las últimas
décadas. Asume que se ha llegado muy lejos en la ofensiva lanzada y que
la acumulación capitalista enfrentará desestabilizaciones inmanejables
si se sigue esa marcha. Sin embargo, frente y contra el liberalismo del
siglo XXI, una tendencia neoautoritaria le ha cerrado paso. Se niega a
retroceder y apunta a reconfigurar el capitalismo global imponiendo
trayectorias que, con tal de maximizar la tasa de acumulación, no se
detengan en agudizar la devastación de los fundamentos de la vida
social-natural y de la civilización.
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