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segunda-feira, 5 de dezembro de 2016

Trump, la tendencia neoautoritaria y la crisis de la época del capitalismo

I
La vuelta de siglo ha comenzado haciendo estallar la crisis epocal del capitalismo. Una crisis de alcances mucho mayores que la Larga Depresión del siglo XIX y la Gran Depresión del siglo XX. La crisis de sobrefinanciamiento, que empezó en el segundo quinquenio del nuevo siglo, pusó al descubierto el inicio de una crisis de sobreproducción de impactos globales. Sin embargo, esta crisis es irreductible a una crisis cíclica de sobreacumulación. Constituye una crisis epocal porque desde la convergencia de diversas crisis, pero ante todo desde la crisis ambiental mundializada, conforma en sí misma una era. Sus orígenes pueden rastrearse varias décadas atrás y tiende a prolongarse todo el resto del siglo. La crisis mundial alimentaria comenzó en 2007-2008. La pobreza que no era mundial, se tornó pobreza global a partir de 1990. Una década después de que el Banco Mundial la empezara a medir para diseñar programas de combate contra los pobres, la ONU la reconoció al hablar del “desafío de los slums”. La crisis ambiental mundializada comienza más atrás. Con el informe del Club de Roma puede periodizarse su comienzo en 1972. El “cambio climático” está regido por un trend que apunta a desestabilizar amenazadoramente el proceso de reproducción de la sociedad global todo el siglo XXI, incluso más allá.
El proyecto de capitalismo de Donald Trump debe ser evaluado ante la crisis epocal y sus tendencias. En ese marco, consigue identificarse mejor su significado histórico para EU y el mundo.
En la vuelta de siglo, dos tendencias formalmente contrarias han jaloneado entre sí por definir el sentido del complejo tiempo de transición en que se encuentra inserto el capitalismo mundial.
Una tendencia ha propugnado por conformar lo que puede reconocerse como un genuino liberalismo del siglo XXI. Ha adquirido diferentes formas de expresión convocando a enfrentar el hambre mundial, la pobreza global, la crisis ambiental, la transición energética y los derechos humanos con base en intervenciones del sistema de Estados que retrocedan ante la devastación social y natural generada en las últimas décadas. Asume que se ha llegado muy lejos en la ofensiva lanzada y que la acumulación capitalista enfrentará desestabilizaciones inmanejables si se sigue esa marcha. Sin embargo, frente y contra el liberalismo del siglo XXI, una tendencia neoautoritaria le ha cerrado paso. Se niega a retroceder y apunta a reconfigurar el capitalismo global imponiendo trayectorias que, con tal de maximizar la tasa de acumulación, no se detengan en agudizar la devastación de los fundamentos de la vida social-natural y de la civilización.

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