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sábado, 8 de outubro de 2016

El control de la movilidad humana en la Europa prefascista

El referéndum celebrado el pasado 2 de octubre en Hungría, sobre si el país debía aceptar o no las cuotas de refugiados acordadas por el Consejo de la Unión Europea, contó finalmente con una participación menor de la esperada, un 43,4 % del cuerpo electoral. Apenas un 40% del electorado emitió un voto válido, a pesar de la campaña institucional xenófoba de los últimos meses, por lo que no se superaba el 50% requerido para que la consulta fuera legalmente válida. Eso sí, la inmensa mayoría de quienes votaron lo hicieron a favor del rechazo a la acogida de refugiados, más o menos el equivalente a la suma de quienes votaron por Fidesz y Jobbik en las últimas elecciones. Si en cierto modo puede considerarse un fracaso político del promotor de la consulta, el primer ministro Viktor Orbán, se trataría en todo caso de un fracaso relativo.
La campaña ha servido para que el partido de Orbán, el conservador Fidesz (miembro del Partido Popular Europeo), se asegure un apoyo elevado en las encuestas, a distancia de su competidor directo el ultraderechista Jobbik. Y lo ha hecho además con un discurso abiertamente xenófobo (refugiados, fuera) y anti-UE (o Bruselas o Budapest). Además, sería un error interpretar la abstención de manera unívoca. Entre los abstencionistas hay personas que rechazan la inmigración pero que también se oponen a Orbán por diversos motivos. Y lo cierto es que son minoría quienes en Hungría se movilizan activamente en favor de los refugiados y de una política migratoria más respetuosa con los derechos humanos.
Este contratiempo no va a echar atrás los hechos consumados del gobierno húngaro: vallas de alambradas en las fronteras con los países vecinos, a las que se añade ahora una zona tampón de ocho kilómetros donde la policía puede detener inmigrantes (a menudo con la colaboración de patrullas de militantes ultraderechistas) y realizar “devoluciones en caliente”, criminalización de la inmigración irregular, etc.
Así pues, el alivio que han expresado algunos representantes de la Unión Europea es seguramente prematuro. E hipócrita. Porque ninguno de ellos, al igual que ningún gobierno europeo, cuestiona la premisa de fondo: “ningún otro problema global es más urgente que la migración actual de millones de personas”, en palabras del presidente del Consejo Europeo Donald Tusk. La migración como problema y como amenaza para Europa. Éste es el consenso de mínimos, un año después de que la larga marcha por los Balcanes pusiera en evidencia las carencias de la gobernanza migratoria europea y de que se abriera, por un lapso de tiempo muy breve, una ventana de oportunidad para cambiar de política.

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