Les contaré algo peculiar en un mundo cada vez más peculiar: Nací en julio de 1944 en medio de una guerra mundial devastadora. Esa guerra acabó en agosto de 1945 con la eliminación física de dos ciudades japonesas, Hiroshima y Nagasaki, producida por las dos bombas más devastadoras de la historia hasta ese momento, cuyos nombres en código eran “Little Boy” (Muchachito) y “Fat Man” (Hombre gordo).
Entonces yo era muy pequeño. Ya han pasado más de tres cuartos de siglo desde que, el 2 de septiembre de 1945, el ministro de asuntos exteriores japonés Mamoru Shigemitsu y el general Yoshijiro Unezu firmaron el acta de rendición sobre la cubierta del USS Missouri en la bahía de Tokio, que ponía fin oficialmente a la Segunda Guerra Mundial. En Estados Unidos se conoce a ese día como V-J (el día de la victoria sobre Japón) pero, en cierto sentido, para mí, para mi generación y para Estados Unidos, lo cierto es que la guerra nunca ha terminado realmente.
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