La máxima dice que toda organización militar expresa el orden social en que se origina. La articulación de las milicias populares formadas por los y las combatientes voluntarias a lo largo y ancho de la Península en 1936 confirma esta regla.
En efecto, las revoluciones son contagiosas, tanto que especialmente durante los meses iniciales del conflicto, la mujer española desempeñó tareas exclusivamente destinadas a los hombres hasta la fecha, llegándose incluso a proyectar unidades militares en Barcelona y Madrid únicamente formadas por mujeres.
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