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quarta-feira, 11 de fevereiro de 2015

Sobre el terror en París

Un mes después de los odiosos atentados yihadistas en París cometidos por tres terroristas que causaron 17 muertos (entre ellos casi todo el equipo de redacción del semanario satíricoCharlie Hebdo), ¿qué lecciones se pueden sacar de esa brutal agresión?
Como siempre, la irrupción del terrorismo y su violencia arrolladora obligan a una sociedad a interrogarse sobre sí misma. Igual que Estados Unidos después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 (o España después de las explosiones de Atocha, en Madrid, el 11 de marzo del 2004; o el Reino Unido después de las bombas en el metro de Londres, el 7 de julio de 2005; o Noruega después de los atentados de Oslo y Utoya el 22 de julio de 2011), Francia se sintió en “estado de shock”.
Y mil interrogantes han surgido de repente. En torno, por ejemplo, a la cohesión nacional. ¿Qué ocurrió para que tres jóvenes nacidos en Francia y educados en las escuelas de la República, hayan sido seducidos por ideas oscurantistas y medievales, y se hayan tornado en verdugos de sus propios conciudadanos? ¿En qué medida la crisis económica y las medidas de restricción del gasto público han acentuado la marginalización de las periferias urbanas y la segregación de sus habitantes, esencialmente inmigrantes, de donde surgieron los tres terroristas? ¿Cómo ha podido la República, que únicamente reconoce a ciudadanos iguales, permitir que se constituyan en su seno comunidades por afinidades religiosas, y que cada vez más se hable de “comunidad musulmana” o “comunidad judía” o “comunidad cristiana”?
Obviamente, en los minutos que siguieron a los atentados, en torno a François Hollande (hasta entonces el presidente más impopular de la V República) se constituyó una suerte de “unión sagrada” de todos los partidos del abanico parlamentario (con la excepción del Front National, extremista de derechas). Y, de inmediato, casi cinco millones de ciudadanos se lanzaron a las calles por todo el país para expresar –en la manifestación más multitudinaria jamás vista– su repugnancia contra la barbarie.
De hecho, las autoridades barruntaban que una acción yihadista estaba en preparación en territorio francés. Desde la víspera de las festividades de fin de año, el nivel de alerta antiatentados había sido alzado a casi el máximo nivel. Se temían represalias. Porque Francia está interviniendo militarmente contra el islamismo radical en por lo menos tres frentes: Malí (“operación Serval”, iniciada el 11 de enero de 2013), República Centroafricana (“operación Sangaris”, lanzada el 5 de diciembre de 2013), e Irak (“operación Chammal”, comenzada el 19 de septiembre de 2014, contra las fuerzas de la organización Estado Islámico, en el marco de una coalición internacional de unos cuarenta países liderada por Estados Unidos). Además, la red yihadista Al Qaeda, y en particular su rama yemenita Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA) (1) lanza desde 2009 llamamientos para “castigar a los franceses por combatir a Alá, su mensaje y sus creyentes”. Algo iba pues a ocurrir.
El semanario Charlie Hebdo llevaba años amenazado. En particular desde que, el 8 de febrero de 2006, reprodujo las caricaturas de Mahoma publicadas el 30 de septiembre de 2005 por el diario danés Jyllands-Posten (una de ellas representaba al profeta del islam con un turbante en forma de bomba con una mecha encendida) y que habían desencadenado en todo el mundo musulmán decenas de manifestaciones de repudio, algunas de ellas muy violentas, y amenazas de muerte contra el diario danés y los dibujantes de las caricaturas. Charlie Hebdono sólo reprodujo las ilustraciones danesas sino que, para mayor inri, añadió sus propias imágenes irreverentes realizadas por su equipo de dibujantes.

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