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segunda-feira, 9 de fevereiro de 2015

“Syriza y Podemos son la reacción al asalto neoliberal que aplasta a la periferia”

Ha caído la nevada del siglo en Boston, el termómetro marca 15 bajo cero, los autobuses no circulan y los coches patinan. A las once de la mañana, como un clavo, el profesor emérito Noam Chomsky, lingüista y filósofo, de 86 años, está ya en la brecha, dando una entrevista a un periodista francés en su despacho del departamento de Lingüística del Massachussets Institute of Technology (MIT).
Estamos en el legendario Stata Center, construido por Frank Gehry en acero y ladrillo. La facultad de Ciencias de la Información, Inteligencia e Informática está abarrotada de estudiantes, con abrumadora mayoría asiática. En la octava planta, junto a un ascensor, la guarida de Chomsky y sus secuaces huele a café recién hecho, y se respira calma y camaradería.
En un despacho contiguo al de Chomsky está el nonagenario Morris Halle, un barbudo diminuto de ojos vivos, con la chaqueta llena de migas y pinta de haber compartido vodka y revoluciones con Bakunin. The New Yorker ha comparado a la pareja de lingüistas con Dante y Virgilio, con Sherlock Holmes y Watson. Halle, un lingüista egregio, fue quien llevó a Chomsky al MIT en 1955, cuando nadie se atrevía a contratar a aquel joven judío, brillante y airado recién doctorado en Harvard. En 1968, los dos escribieron a cuatro manos el libro más importante de la historia de la Lingüística, The Sound Pattern of English, que hizo por la fonología –el estudio del sonido de las palabras- lo que Chomsky había hecho antes –a los 29 años- por la sintaxis: le dio forma y la convirtió en una ciencia.
Otro personaje clave en la vida de Chomsky es su secretaria, Bev Stohl, una mujer encantadora que en un aparte bromea sobre los venerables maestros: “Ahí los tienes, entre los dos suman más de 200 años”. El despacho de Chomsky, forrado de libros sobre anarquía, guerra, historia y lingüística, es luminoso y amplio, y está presidido por dos grandes fotos de Bertrand Russell, ídolo y referencia del pensador ateo y pacifista. Chomsky sale a recibir al segundo entrevistador del día con gesto afable y sonriente. Se nota enseguida que ha perdido energía y oído y que tiene la voz queda. Pero escucharlo sigue siendo toda una experiencia: tras abrazar todas las causas justas y perdidas, el viejo azote del imperialismo yanqui sigue siendo un Quijote incurable y un analista implacable. Guarda memoria prodigiosa de fechas, hechos, libros y discursos, no pierde el hilo en ningún momento y mantiene la cabeza clara, ágil y potente.
Además de dar sus clases, escribir sus artículos y atender a sus alumnos, Chomsky imparte conferencias allá donde le invitan –“tengo la agenda llena hasta 2016”, dice- y contesta personalmente a las docenas de mensajes y cartas que recibe cada día. Según su secretaria, “el hombre no dice nunca que no, simplemente no sabe”. La prueba llega al final de los 45 minutos de entrevista, cuando el periodista le invita a ser presidente de honor del comité editorial de CTXT. Chomsky responde: “Bueno, no participo en comités… ¡Pero si es honorario, podría!”.

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