En mis clases siempre intento dejar claro qué es una opinión y qué un
hecho, como regla elemental, como un ejercicio intelectual muy simple
que nos debemos en la era post Ilustración. Comencé a obsesionarme con
estas obviedades cuando en el 2005 descubrí que algunos estudiantes
argumentaban que algo “es verdad porque yo lo creo” y no lo decían en
broma. Desde entonces, sospeché que este entrenamiento intelectual, esta
confusión de la física con la metafísica (aclarada por Averroes hace ya
casi mil años) que cada año se hacía más dominante (la fe como valor
supremo, aun contradiciendo todas las evidencias) provenía de las
majestuosas iglesias del sur de Estados Unidos.
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