Observada desde el Sur, la Unión Europea aparece desdibujada. El
continente que jugó fuerte en América Latina en la década de las
privatizaciones neoliberales, haciéndose con empresa estratégicas,
parece haber perdido su propio perfil cuando el mundo atraviesa su mayor
crisis de dominación.
“Quien lleva la batuta en Europa es Alemania y tiene una gran complementariedad económica con Rusia”,
sostiene el analista geopolítico Alfredo Jalife. El aserto no sólo pega
en la diana sino que consigue explicar lo sucedido en 2013, el año de
inflexión donde la Unión Europea terminó por someterse a la política del
Pentágono de cerco a Rusia para conseguir un cambio de régimen, o sea
su aniquilamiento como potencia geopolítica global.
Zbigniew
Brzezinsky -ex asesor de Seguridad Nacional de Carter y consultor de
Obama- hizo su apuesta al factor militar señalando en un tuit, a
principios de febrero de 2015, que “un pequeño contingente de tropas
de Estados Unidos en los países bálticos en forma continua deberá hacer
más reticente a Putin para que no cometa algo estúpido”.
En
Europa central se juega una vez más una partida de ajedrez entre
Occidente y Oriente, con repercusiones para todo el mundo. No por
casualidad, la mayor parte de las 850 bases militares de Estados Unidos
están en Europa. En total, son 342 instalaciones del Pentágono en suelo
europeo, de ellas 179 en Alemania, 58 en Italia (aunque varias fuentes
aseguran que superan el centenar) y 27 en Inglaterra.
Cuando
existía la Unión Soviética el discurso occidental decía que esas
instalaciones tenían por objetivo defender a Europa de una eventual
invasión del Pacto de Varsovia. Cuando desapareció el régimen soviético y
Rusia se convirtió en un país capitalista, los soldados y las bases
siguieron en su lugar, no para defender a Europa sino para mantenerla
ocupada, o sea dentro del área de influencia de los Estados Unidos.
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