El martes 24 de noviembre de 2015 un ataque terrorista, el tercero 
de este tipo reivindicado por el Estado Islámico, reventó un autobús de 
la guardia presidencial causando 12 muertos en Túnez. 24 horas después 
del ataque kamikaze el Gobierno tunecino decidió cerrar su frontera con 
Libia. Según el presidente Béji Caïd Essebsi las cosas están claras: los
 autores de la barbarie, sea cual sea su nacionalidad, proceden de 
Libia, donde tras el asesinato de Gadafi hay miles de combatientes 
entrenados y equipados para sembrar la muerte por todo el norte de 
África y más allá. Cuando vivía Gadafi nadie podía aventurarse a 
instalar una base de entrenamiento de la yihad en ese Eldorado 
especialmente seguro y vigilado, tanto de día como de noche, por uno de 
los ejércitos mejor equipados del continente. Por lo tanto son los 
asesinos de Gadafi, de hecho, los responsables del auge de la yihad que 
asola el norte de África. 
 Como todas las guerras la de Libia se
 vendió a los pueblos como una guerra de liberación, una guerra «justa».
 Había que ayudar a los libios a desembarazarse de la dictadura de 
Gadafi, nos dijeron. El francés Bernard-Henri Levy posó con un rebelde 
en Bengasi para vender a los libios un futuro mejor. Nicolás Sarkozy, 
entonces presidente de Francia, subió a la palestra para decir que 
simplemente la paz en el mundo pasaba por la neutralización de Gadafi, 
presentado como la encarnación del diablo en la tierra. Los medios de 
comunicación de todo el mundo repitieron esa propaganda de guerra. Peor 
todavía, sin ninguna verificación los medios de comunicación contaron 
que Gadafi bombardeó a su población y que utilizó armas de guerra y 
otras bombas mortíferas contra un pueblo desarmado. 
 La ocasión 
hace al ladrón, un tal Ali Zeidan se autoproclamó portavoz de la Liga 
Libia de los Derechos Humanos. Para captar la atención del público 
Zeidan declaró que Gadafi había bombardeado a su pueblo causando 6.000 
muertos. No existe ninguna prueba de esas acusaciones. Lo que no impidió
 que los medios difundieran ese balance mortal que solo estaba en la 
cabeza de Ali Zeidan. 
 Con el apoyo de cifras prefabricadas la 
Francia de Sarkozy instrumentalizó a la ONU con el fin de conseguir luz 
verde para matar a Gadafi. Así el 26 de febrero de 2011, a propuesta del
 ministro de Asuntos Exteriores de Francia Alain Juppé, el Consejo de 
Seguridad de la ONU votó la resolución 1973 que creaba una zona de 
exclusión aérea sobre Libia. Amparados por ese escudo jurídico los 
países de la OTAN dirigidos por la Francia de Sarkozy sometieron a Libia
 a un bombardeo intensivo y mataron a su presidente. 
 Rechazando
 todas las manos tendidas por Gadafi y la vía de la negociación 
propuesta por el gabonés Jean Ping (1), presidente de la Comisión de la 
unión Africana, la OTAN dominada por los imperialistas occidentales mató
 a Gadafi. 
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