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segunda-feira, 26 de março de 2018

Hablemos sensatamente de la inmigración

Olvidaos del poema de Emma Lazarus y de la Estatua de la Libertad: en realidad nadie querría ser un inmigrante en el Estados Unidos de hoy. Como señaló hace poco tiempo Dara Lind en Vox, en estos momentos ser un inmigrante o hijo de uno (aunque se sea ciudadano estadounidense) significa vivir en un “miasma de temor”. Esa es la conclusión de dos estudios recientes acerca de inmigrantes de todo tipo, incluso los residentes permanentes y sus hijos. ¿Quién podría sorprenderse de esto en un Estados Unidos en el que, desde el futuro muro de Donald Trump en la frontera con México hasta el ataque del Fiscal General Jeff Session en el Tribunal Supremo contra la política inmigratoria de California, la misma noción de ser un inmigrante ha sido transformada en una imagen de delitos, bandas, drogas y –el mayor de los cucos de nuestro tiempo–: terroristas? Desde el primer día de la campaña presidencial de Trump, en junio de 2015, cuando tildó a los inmigrantes mexicanos de “violadores”, él y sus colegas no han aflojado. La demonización de la misma idea de inmigración, al menos la proveniente de los “países de mierda”, que vienen a ser más o menos cualquier lugar del mundo que no esté gobernado por blancos, ha sido la consigna.

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