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quinta-feira, 14 de julho de 2016

David Petraeus: Filtrador, portavoz, soldado, espía

He aquí algo insólito. Los estadounidenses admitimos que la corrupción es un problema endémico en casi todo el mundo, no solo en nuestro país. Y eso es extraño. Después de todo, por tomar un solo ejemplo, las zonas donde el Estados Unidos del siglo XXI libra sus guerras han sido notables lodazales de corrupción en una escala que deja a uno boquiabierto. En 2011, el informe final de la Comisión de Contratos en Tiempo de Guerra, que trabaja con el mandato del Congreso, estimó que entre 31 y 60 billones (sí; leyó bien, cualquiera de las dos cifras seguidas de 12 ceros) de dólares del dinero del contribuyente se perdiieron en estafas y despilfarro en la ‘reconstrucción’ de Irak y Afganistán emprendida por Estados Unidos (un guarismo que sin duda acabará siendo una subestimación). Los dólares del contribuyente estadounidense se gastaron en carreteras que van a ninguna parte, una gasolinera en medio de la nada, centros de formación de docentes y otras construcciones que nunca se terminaron (aunque se gastaron montones de dinero que fueron a parar a las manos de afortunados contratistas), una planta para desplumar pollos que jamás faenó un solo pollo (aunque sí a quienes pagan sus impuestos en EEUU) y un espléndido cuartel general de 25 millones de dólares que nadie necesitaba ni se molestó en utilizarlo. Gracias a decenas de millones de dólares del tesoro de Estados Unidos se financiaron, adiestraron, armaron fuerzas y se reclutaron soldados y policías ‘fantasmas’ que formaron unidades enteras de fuerzas de seguridad (cuyos comandantes locales se forraron con salarios que nada tenían de ‘espectrales’). Y así por el estilo.
Por supuesto, todo eso se produjo en una lejana galaxia –muy lejana– donde la corrupción es la norma. Dentro de Estados Unidos, la corrupción está considerada como algo anti-estadounidense (sin embargo, no digáis esto a quienes viven en Ferguson (Missouri). Esto por supuesto es sobre todo una cuestión de definición, como Thomas Frank lo dejó bien claro en una reciente entrega de TomDispatch cuando bosquejó la ‘influencia’ de la industria en Washington. Ya sabéis, las hordas de grupos de presión que viven la gran vida y les ofrecen un bocado de ella a los funcionarios que quieran probarla, ninguno de los cuales es un ‘corrupto’. Se trata de algo completamente legal, una forma muy simpática de operar entre los agentes del poder en Washington.

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