Razan Zaitouneh, Samira Khalil, Wael Hammada y Nazem Hamadi, dos mujeres
y dos hombres secuestrados el 9 de diciembre de 2013 en el Centro de
Documentación de Violaciones, en la ciudad de Duma, en la damascena
Ghouta oriental, donde trabajaban como activistas en la revolución
siria.
En aquellos días, Duma estaba sometida a la autoridad del “Ejército del Islam”, una milicia fundamentalista, estrechamente relacionada con el Reino de Arabia Saudí. Hace cinco años que se perdió su rastro. Todos los intentos de buscarlos o de saber qué ha sido de ellos han fracasado.
La desaparición forzosa de esos cuatro luchadores demócratas y laicos fue un indicio simbólico del funesto destino al que estaba abocado el pueblo sirio en esta terrible masacre en la que participan partes internacionales y regionales, pero de la que es el principal responsable el régimen despótico que ha decidido destruir, y matar y abusar de su pueblo, por negarse a adorarlo y decidir rebelarse contra la dictadura.
En Al-Ghouta oriental, estamos presenciando hoy un nuevo capítulo de la matanza cuyos responsables se jactan de perpetrar. Bashar al-Asad y sus acólitos bailan embriagados al son del ruido de los barriles que rompen en pedazos los cuerpos de los niños. Putin y sus soldados elevan muros para proteger a los asesinos porque son parte en el crimen. Por su parte, el eje de la resistencia, liderado por Irán, afila feliz los cuchillos, a la espera de una nueva matanza.
En aquellos días, Duma estaba sometida a la autoridad del “Ejército del Islam”, una milicia fundamentalista, estrechamente relacionada con el Reino de Arabia Saudí. Hace cinco años que se perdió su rastro. Todos los intentos de buscarlos o de saber qué ha sido de ellos han fracasado.
La desaparición forzosa de esos cuatro luchadores demócratas y laicos fue un indicio simbólico del funesto destino al que estaba abocado el pueblo sirio en esta terrible masacre en la que participan partes internacionales y regionales, pero de la que es el principal responsable el régimen despótico que ha decidido destruir, y matar y abusar de su pueblo, por negarse a adorarlo y decidir rebelarse contra la dictadura.
En Al-Ghouta oriental, estamos presenciando hoy un nuevo capítulo de la matanza cuyos responsables se jactan de perpetrar. Bashar al-Asad y sus acólitos bailan embriagados al son del ruido de los barriles que rompen en pedazos los cuerpos de los niños. Putin y sus soldados elevan muros para proteger a los asesinos porque son parte en el crimen. Por su parte, el eje de la resistencia, liderado por Irán, afila feliz los cuchillos, a la espera de una nueva matanza.
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