Las elecciones italianas de marzo de 2018 abren un período
caótico cuya salida permanece incierta. El país, que hace pocos años era
conocido por ser uno de los más “eurófilos” es ahora “euroescéptico” en
un 50% o más; la extrema derecha, abiertamente nostálgica del fascismo
ha regresado con fuerza, y la derecha parlamentaria clásica imagina sin
dificultad su alianza con ella (como en Austria, por ejemplo); el
“populismo” (en este caso el Movimiento 5 Estrellas) se caracteriza por
una confusión sin precedentes que impide saber cuál es su verdadero
programa, si es que tiene alguno; la izquierda está claramente en
declive.
Las explicaciones dadas por los medios de comunicación
dominantes ponen el acento en la cuestión de la afluencia de
inmigrantes. Sin hacerse preguntas sobre los motivos de esta afluencia
(los estragos causados por las políticas del neoliberalismo en África y
en Oriente Medio), estos medios de comunicación reconocen la
responsabilidad de Europa, que ha abandonado a los países que, por su
situación geográfica (Italia, Grecia y España) están en primera línea
frente a esta afluencia. Y poco más. Se alude a veces a las miserias
producidas por la política económica italiana (pero una vez más sin
cuestionar los dogmas liberales). Aun cuando estas explicaciones podrían
parecer correctas en una primera lectura, siguen siendo poco
convincentes. El análisis de la catástrofe exige una vuelta atrás más
seria.
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