1. 1917 es una fecha germinal, que puso ante la mirada de los
trabajadores del mundo la certeza de que acabar con el capitalismo y
construir el socialismo es posible. En esa fecha termina el viejo mundo
burgués que había ensangrentado el planeta en el siglo XIX y se inicia
una nueva era, donde la unión obrera y socialista creada por la
revolución bolchevique se enfrentará al proyecto de modernidad
capitalista que representó el nazismo. La revolución bolchevique cambió
de manera radical el destino de Rusia y del mundo. Cincuenta años
después de la publicación de El capital, Rusia se convertía en
una referencia global, y la revolución llevó al país a ser una de las
dos superpotencias mundiales. El empeño de la derecha liberal de rebajar
la revolución bolchevique a una suerte de “golpe de Estado” no tiene
ninguna credibilidad, más allá de su utilidad propagandística para la
derecha, ni resiste la prueba de los hechos: la revolución de octubre
contó con un impresionante apoyo popular que, empezando en Petrogrado,
recorrió toda la geografía rusa, en un clima revolucionario donde
millones de trabajadores, soldados y campesinos se organizaban y se
reconocían en los sóviets. Esa revolución puso la igualdad entre
los seres humanos en el centro de los objetivos políticos y de las
demandas universales, y se embarcó en la construcción de una sociedad
sin clases, al tiempo que hacía visible el protagonismo de las
muchedumbres obreras en los combates políticos del siglo XX. Tampoco fue
un baño de sangre: se olvida con frecuencia, pero la revolución
bolchevique apenas causó seis muertos, y fue la intervención
imperialista para ayudar a los restos del zarismo lo que hizo estallar
la guerra civil posterior que causó una mortandad que superó a la de la gran guerra.
Si de 1914 a 1917 Rusia padeció entre dos y cuatro millones de muertos,
esa agresión de las potencias capitalistas en la Rusia revolucionaria,
tras el fin de la gran guerra, causó ocho millones de muertos más
a causa de los combates, de la destrucción de las cosechas y del
hambre. Sobreponerse a esa situación, reconstruir el país, fue una tarea
de titanes, pero no sería la peor prueba del siglo XX para Rusia. La
revolución superó un acoso que ningún otro país en el siglo XX tuvo que
soportar: del ataque de esas trece potencias capitalistas (desde Estados
Unidos hasta Francia, de Checoslovaquia a Gran Bretaña, de Polonia a
Japón) que apoyaron a los blancos zaristas en la “guerra civil” de los
años veinte, se pasó a las amenazas latentes de Londres y París y,
después, al ataque de la Alemania nazi que abrió la Segunda Guerra Mundial
donde la URSS perdió a veintisiete millones de ciudadanos. Suele
prestarse poca atención al hecho de lo que supuso administrar un país
que había perdido casi cuarenta millones de personas en un lapso de
treinta años, y ponerlo a la cabeza del desarrollo en el mundo posterior
a la guerra de Hitler. Además, en la postguerra, cuando casi no
se había iniciado la reconstrucción, tuvo que hacer frente a la presión
occidental derivada de la doctrina Truman que dio inicio a la guerra fría.
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