La escalada de tensiones en la península coreana pone, objetivamente, al
mundo al borde de una catástrofe de incalculables proyecciones. Tal
como muchos observadores lo han repetido, Corea del Norte (nombre
oficial: República Democrática Popular de Corea) no es Libia, no es
Irak, no es Afganistán y tampoco es Siria. A diferencia de estos cuatro
países, Pyongyang tiene una capacidad de retaliación que ninguno de
aquellos jamás poseyó. Y, como lo recuerda periódicamente Noam Chomsky,
Estados Unidos sólo ataca a países indefensos, nunca a los que tienen
capacidad de respuesta militar. En estos días, a estas horas, un
tremendo operativo naval se está desplegando a escasos kilómetros del
litoral norcoreano. Y la prensa hegemónica internacional -en realidad,
la prostituta favorita en el lupanar del imperio, en donde se revuelca
con los “intelectuales bienpensantes” y los gobernantes y políticos
coloniales- no ha dudado en satanizar y ridiculizar al gobierno
norcoreano y, por vía indirecta, humillar a su pueblo. Sería
conveniente, por lo tanto, mirar con objetividad algunos datos y
construir un retrato alejado del maniqueísmo que ha hecho de Corea del
Norte la encarnación misma del mal y de Estados Unidos y sus aliados,
dentro y fuera de la región, una suerte de ángeles virtuosos sólo
interesados en la democracia, la paz, la justicia, la libertad y los
derechos humanos. Dado que conocemos al imperio desde sus entrañas, como
decía Martí, sabemos que lo último es una escandalosa patraña. Pero,
¿qué hay de Corea del Norte?
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