Desde que perdiera la presidencia a manos de un personaje de
esperpento, la conducción nacional del Partido Demócrata de los Estados Unidos ha dejado patente que prefiere seguir perdiendo antes que tomar
posiciones que semejen siquiera lejanamente a una socialdemocracia como
la de los tiempos del New Deal.
El ala partidaria de
Bernie Sanders podrá aportar la energía de las bases y, a juzgar por las
encuestas de opinión, ideas que gusten al pueblo, pero las medidas
redistributivas que defiende el senador constituyen un peligro para los
grandes donantes del partido y jamás se permitirá que figuren en el
programa.
Incluso una victoria simbólica constituye una
concesión excesiva a esas hordas de jóvenes descamisados que piensan que
la salud y la enseñanza son derechos humanos y no un lujo extravagante,
según quedó de manifiesto cuando la cúpula del Partido Demócrata alistó
a Tom Pérez [i] para que derrotara a Keith Ellison [ii], el candidato
progresista que contaba con el apoyo de las bases en las elecciones a la
presidencia del Directorio Nacional del partido (NDC) [iii].
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