El culebrón coreano se asemeja cada día más a una montaña rusa. Un día
estamos al borde de la guerra y al siguiente a un paso de una entrevista
inédita Trump-Kim (otro tanto ocurrió con China: un día Trump habla con
Tsai Ing-wen para desairar a Xi Jinping y poco después se deshace en
elogios a él y descarta volver a conversar con Tsai sin su “permiso”).
En perspectiva, recuérdese que, alternativamente, anteriores
administraciones de EEUU ya ensayaron con Corea del Norte la firmeza y
el diálogo. Y si el diálogo brindó relativos réditos y valiosos momentos
de calma (reunión de familias, inversiones, etc), la política de
sanciones ha sido un fracaso. La actual estrategia, de haberla, tiene
altas probabilidades de fracasar igualmente.
El escenario ante
nosotros es tan desconcertante como desestabilizador. Si trascendemos
Corea del Norte, la razón inmediata más poderosa que podría explicar
este repentino y acusado interés de Trump por agitar las tensiones con
Pyongyang pudiera ser la de contribuir a que Seúl elija en las
elecciones anticipadas del 9 de mayo un candidato dispuesto a continuar
con la instalación del sistema de defensa antimisiles THAAD, pieza que
algunos consideran clave en una hipotética política de contención de
China. Tras la desastrosa presidencia de la conservadora Park Geun-hye,
el gran favorito en esta elección es Moon Jae-in, candidato que desea
recuperar el diálogo con Pyongyang y repensar la pertinencia de dicha
instalación, promovida con calzador en un contexto de grave
inestabilidad política en Seúl. . La exacerbación de las tensiones puede
inclinar al electorado hacia las opciones de “fuerza”. O no. Se han
registrado importantes enfrentamientos entre las fuerzas del orden y los
habitantes de Seongju, que pretenden paralizar el despliegue.
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