La primera sorpresa fue... que no hubo sorpresa. Por una vez las encuestadoras no se equivocaron. En el Reino Unido con el Brexit
o en Estados Unidos con Donald Trump, los sondeos erraron por completo.
En Francia en cambio, con semanas de antelación, las consultoras
anunciaron que, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales
del 23 de abril pasado, los vencedores serían, en este orden : Emmanuel
Macron (‘En Marche !’ En Marcha !) y Marine Le Pen (‘Front National’
Frente Nacional), únicos calificados para pasar a la segunda ronda del
domingo 7 de mayo. Y que justo después llegarían, también en este orden :
François Fillon (‘Les Républicains’ Los Republicanos), Jean-Luc Mélenchon (‘France Insoumise’ Francia Insumisa) y Benoît Hamon (‘Partido Socialista’). Y acertaron [1].
Semejantes resultados, en un país traumatizado por la crisis social y
los atentados djihadistas, constituyen un verdadero seísmo y merecen
varios comentarios.
Primero, indican el final de un largo ciclo
de la historia política francesa comenzado en 1958 con el general De
Gaulle, la adopción de la Constitución actual y la instauración de la Va
República. Desde esa época, o sea desde hace casi sesenta años, siempre
se había calificado para la segunda vuelta por lo menos uno de los dos
grandes partidos franceses : el gaulista (con diferentes apelaciones a
lo largo del tiempo, RPR, UDR, UMP, LR) y el socialista. Esta vez, cosa
inaudita, ninguno de los dos ha conseguido sobrepasar los obstáculos de
la primera ronda. En sí, esto ya es histórico y demuestra, como en otros
países, el profundo desgaste de las formaciones políticas tradicionales
que dominaban la escena desde la Segunda Guerra Mundial.
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