Abdul Salam, un profesor de lengua árabe de mediana edad que vive en
la remota aldea tribal de al-Mansuri, en la provincia de Bayda, sufrió
de repente graves diarreas y vómitos a finales del pasado año. Sus
familiares sospecharon que era víctima del brote de cólera que había
matado ya a cuatro aldeanos pocos días antes, pero en la zona no había
instalaciones sanitarias ni doctores que pudieran atender los síntomas.
El país, asolado por la guerra, lleva luchando contra un grave brote de
cólera desde mediados de 2016. El número de muertos por esta enfermedad
es de 11, de 180 casos confirmados, aunque parece que los casos
sospechosos rondaban, el 11 de enero, la cifra de 15.658, según un informe conjunto realizado por un grupo de trabajo del ministerio de sanidad y varias agencias de la ONU.
La provincia de Bayda está en gran parte controlada por los rebeldes
chiíes hutíes y sus aliados, que combaten al gobierno internacionalmente
reconocido de Abd Rabbuh Mansur Hadi, quien, desde marzo de 2015,
cuenta con el apoyo de la coalición que lidera Arabia Saudí.
Para poder llegar a la clínica pública más cercana en la ciudad de
Mukaeras, la familia de Abdul Salam tuvo que cruzar los territorios bajo
control de los hutíes, donde la milicia impone el toque de queda
nocturno para frenar los ataques de al-Qaida. Anteriormente cuna de esta
organización, el grupo militante hutí controla ahora las zonas
periféricas y remotas de la provincia.
Para que pudiera aguantar
el largo trayecto, los parientes de Abdul Salam le prepararon un
remedio tradicional a base de hierbas y yogurt que no le ayudó a
mejorar; a la mañana siguiente, Abdul Salam parecía estar casi
moribundo.
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