Recientemente me encontré con un viejo amigo activista: Robert Meeropol,
hijo menor de Julius y Ethel Rosenberg. La ocasión no podía ser más
apropiada. Ambos asistimos, en Springfield, Massachusetts, a un evento
en repudio a la práctica de separación familiar y el encarcelamiento de
los hijos e hijas de inmigrantes indocumentados en Estados Unidos. A
Robert y a mí nos une una vieja amistad; de hecho, una amistad que se
originó en los tiempos en que fui parte de la junta directiva de la
Fundación Rosenberg para Niños. Me animé, pues, a preguntarle sobre la
coyuntura actual, en que todo parece indicar que la administración del
presidente Trump ha dado un paso nuevo y significativo en su curso al
fascismo.
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