En un pequeño restaurante de Túnez, dos amigos catalanes de paso por el
país para un trabajo de documentación me cuentan que en Kasserine han
hecho un descubrimiento inesperado. Kasserine, a 300 kilómetros de la
capital, es una ciudad de 80.000 habitantes próxima a la frontera con
Argelia, uno de los focos originales de la revolución que en 2011
derrocó al dictador Ben Ali. Pobre y rebelde, como la provincia del
mismo nombre de la que forma parte, ha malvivido siempre de la
agricultura menuda y del transporte de los fosfatos explotados más al
sur, en la región de Gafsa. Pues bien, en lo que es hoy el centro
urbano, cerca de las vías ferroviarias construidas en 1940 por el
protectorado francés, en el patio de la casa de una humilde familia
local, mis amigos, guiados por Malek Sghiri, activista del grupo Manich
Masameh, tropezaron de pronto con 15 tumbas en cuyas lápidas podían
leerse nombres españoles. ¿Españoles enterrados en Túnez? Se trata de
los restos, sí, de un cementerio republicano, originalmente más extenso,
de cuya existencia –hasta donde yo sé– ni en España ni en Túnez se ha
ocupado nunca nadie. Algunas de las tumbas están profanadas, quizás
porque los saqueadores las creyeron romanas y repletas de tesoros, y ha
sido la familia –según propio testimonio– la que ha protegido y sigue
protegiendo el recinto mortuorio en torno al cual construyeron su
vivienda. Entre las lápidas levantadas y rotas, cuatro intactas revelan,
bajo el rutinario y fúnebre RIP, los nombres de los allí enterrados:
Ambrosio Martínez, Fernando Sánchez Díez, Eligio Casal, fallecido el 2
de diciembre de 1941 y Francisco Puig Suárez, muerto a su vez el 2 de
febrero de 1943. Ambrosio murió en diciembre, pero el año ha sido
intencionadamente borrado a golpes de escoplo; la fecha del
fallecimiento de Fernando es ininteligible. Cabe razonablemente pensar
que todos estos enterramientos datan de los años 40 del siglo pasado.
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