Parecía estar abducido: había abandonado su habitual prepotencia
impertinente. Ante el líder ruso, parecía un niño con una angustiosa
inseguridad. Definitivamente, el ropaje del presidente de EEUU le iba
bastante grande a Donald Trump que decepcionó a quienes iban a ver un
duelo de titanes: su trato hacia Vladimir Putin no era el del líder de
la superpotencia, ni siquiera de un igual a igual, sino de un discípulo
hacia un ídolo; nada que ver con sus maneras hacia los jefes de los
estados europeos. El dirigente ruso, un hombre curtido en la política,
con una actitud paternal consiguió algo inaudito: que el propio
presidente de EEUU le diera razón ante el mundo al mismísimo “demonio
ruso” y tachara de “desastre” al trabajo de los servicios de
inteligencia de EEUU. Para Trump, Rusia es un amigo y Europa la enemiga.
Sem comentários:
Enviar um comentário