Niños encerrados en perreras, llorando al borde de la carretera por la
noche, envueltos en mantas de emergencia brillantes en el suelo de los
centros de procesamiento de la Patrulla Fronteriza, escondidos como
polizones en un Walmart abandonado, trasladados en avión a cientos de
kilómetros de sus padres. El sonido de sus lamentos es una “orquesta” a
oídos de un guardia fronterizo, a quien se le oye bromear en un audio
captado en un centro de detención de niños que los “único que falta es
un director”.
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