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sexta-feira, 1 de fevereiro de 2019

“Las guerras financieras son más devastadoras que las guerras militares”

Nos viene a la mente de inmediato asociar el vocablo “guerra” a las que se dan entre estados, pero basta echar una mirada a la historia para percatarnos de que ha habido guerras de diversas índoles, así que más que una estricta definición de guerra, el autor nos pone ante la evidencia de asociar la guerra a destrucción provocada con intención apropiatoria o destructiva, de manera que identificamos al “enemigo”, pero que no tiene por qué ser únicamente militar. Como dice el autor, las guerras financieras probablemente sean más devastadoras que las guerras militares, y el enemigo, el provocador de la hostilidad, es la alta finanza contemporánea. No hay que confundir el hecho de que en toda guerra está presente la componente financiera, que ha mutado en un conflicto nuevo: las instituciones financieras mundializadas, grandes y autónomas frente a la población y el Estado, que son sus adversarios, salvo las elites político-administrativas, sometidas por interés, por conveniencia o vanagloria de estar con el fuerte. Se manifiesta a través de los fraudes sistémicos que genera incluso sin necesidad de vulnerar la legalidad, elaborada a su servicio en buena medida (el sistema de partidos está a su servicio) y el sistema llamado de “puertas giratorias” entre los cargos públicos y los trabajos privados contribuye a crear lo que Galbraith llamó la “virtud social conveniente”, y también sorteando la supervisión (los Bancos Centrales son grandes culpables de esto último). Los daños causados van desde la ruina económica de millones de personas, con pérdida de su empleo, de su patrimonio y de vivienda familiar, hasta la muerte (suicidios) y reducción de la esperanza de vida (tengo leído que la crisis de 1998 generó una reducción de la esperanza de vida entre los rusos de 10 años, para algunos autores; cinco, para otros).

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