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terça-feira, 12 de fevereiro de 2019

Todos los fuegos de un escritor personal y comprometido Matías Bauso

Un metro noventa y tres, rasgos perpetuamente juveniles, voz profunda y cavernosa, el jopo prolijamente desarreglado, los ojos firmes y esa erre resbaladiza. A veces, la barba, el cigarrillo o la pipa. Julio Cortázar (1914-1984) no envejecía, su cara se burlaba del paso del tiempo. Con su adhesión a los regímenes revolucionarios latinoamericanos surgió, conveniente y sorpresivamente, una barba tupida (se le atribuye a un efecto secundario de un tratamiento hormonal) que llegó para esconder todo síntoma de vejez. Esa es la imagen de Cortázar que permanece en el inconsciente colectivo. Y también permanecen, invencibles, muchos de sus cuentos y la pasión que desató en varias generaciones de lectores.

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