La ficción manda siempre; y permite entender la realidad. Si hablamos de
ficciones anticipatorias, siamesas narrativas de la humanidad en su
camino, hay que decir que lo que comparten utopías y distopías es la
dimensión temporal; el hecho de que unas y otras se colocan en el
futuro, siempre un poco por delante de nosotros, donde las utopías
pueden defenderse como posibles, aunque nunca lleguen, y las distopías
como imposibles, porque nunca llegan. El hecho mismo de concebir una
utopía la declara posible; el hecho mismo de concebir una distopía la
declara imposible. La consecuencia colateral es que las utopías, cuando
se cumplen, se cumplen siempre como distopías y que las distopías ya
presentes se disuelven, irreconocibles, en la normalidad. La felicidad
–quiero decir– acaba encerrando en campos de concentración a los
infelices; mientras que todos nos acostumbramos, lo denunciemos o no, al
cambio climático.
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